sábado, 14 de abril de 2012

A ras del suelo


La vertiginosidad de la semana entre el estudio urgente, el trabajo acelerado, rutinas agobiantes, agendas apretadas, cansancio acumulado, sueño atrasado… ¡Uf! ¡Cuesta desconectarse! Pero cuando uno logra hacerlo o cuando actúa algún factor externo, quizá ajeno a aquella lógica alienante, la vida adquiere otro sentido. Mejor dicho, ahí es cuando se suele descubrir que la-vida-tiene-sentido. Afortunadamente esos factores abundan. Sólo hay que tener la predisposición para dejarlos actuar en su fina y laboriosa tarea de desconexión matricial.
En este caso en particular me refiero a unos seres enanos que, por un tiempo al menos, pertenecen a otro mundo y que para nada comprenden las rígidas reglas del sistema y por eso las desafían a cada paso. Muchas veces exponiéndose a peligros, es cierto, pero con una inocencia y una espontaneidad que nos provocan admirarnos de sus ocurrencias. Nos recuerdan (pero con una dulce bofetada) que usualmente nos convertimos en fríos artefactos productores y compradores de mercancías y nos perdemos una sucesión constante de hechos fantásticos que pisoteamos a diario, que ignoramos, que despreciamos.
Mis sobrinos son el agente causal de esta reflexión y una hermosa fuente inspiradora para la vida de cualquiera. Cómo carga uno energías revolcándose en el pasto con ellos. Cómo se disfruta verlos reír. ¡Ay, si uno se podría desprender de tanta mierda artificial! Pero nuestra parte más gélida nos exige compostura, por eso uno se levanta y sonriendo los mira pero ya desde arriba. Bernardo, el más grande, retoza como un gamo por la pradera emitiendo sonidos de rayos láser (o de vaya a saber qué) llevándose todo lo que encuentre por delante. Ignacio hace poco que comenzó la aventura de sostenerse en dos piernas, entonces cada tanto va a los tumbos marchando y descubriendo cosas realmente extraordinarias como hojitas de diferentes colores, animalitos pequeñísimos que se ocultan en el pasto, piedritas de todas las formas y tamaños... ¡Qué prodigios!
Y no es que ellos tengan una extraña percepción que les permita la conexión (desconectada) con ese mundo de sorpresas. Si uno se acerca al suelo seguro conseguirá deslumbrarse casi tanto como ellos, diablitos inquietos, que nos enseñan que la naturaleza es más que suficiente fuente de juegos. ¿No era entretenido acaso revisar cada rincón del jardín buscando cosas nuevas que provocaban asombro y desencadenaban misterio cuando éramos nosotros esos enanos? Quizá el hecho de ir alejándonos del suelo (crecer) sea lo que nos transforma verdaderamente en tontos, antipáticos, calculadores, egoístas y ese triste seguir subiendo sea sólo para alguna vez bajar, allá al final de todo, cuando ya nada valga nada.

No hay comentarios: