El gremio de los semáforos hoy tiene un día bastante complicado. Debido a las constantes quejas de sus adherentes la cúpula del S.S.U. (Sindicato de Semáforos Unidos) ha convocado a una asamblea general de carácter urgente. Todos van llegando bastante erguidos y enteros a pesar de una agotadora jornada de trabajo. Igualmente, sus pesados rostros no pueden disimular su preocupación. Uno por uno van atravesando la altísima puerta de entrada prevista para los bicéfalos que desempeñan su labor en grandes arterias de la ciudad.
A medida que van entrando, saludan a sus colegas con un guiño de sus luces verdes a través de las que expresan alegría, bienestar, amabilidad. Es el color de la esperanza, el que invita a la libertad, a soñar y por qué no también a volar.
Pero pronto, luego de los afectuosos saludos todos van apagando sus luces verdes para volver a la intermitencia de sus luces amarillas que denotan su profunda preocupación, su malestar, su angustia... Todas estas sensaciones son provocadas por la oleada de suicidios de semáforos que deciden darle fin a su vida útil cansados de brindar su casi desinteresada tarea a la comunidad y a cambio recibir injustamente la apatía de automovilistas y motociclistas que desobedecen sus mandatos que no tienen otro propósito que brindar una vida más ordenada y evitar accidentes.
Llegada la hora del comienzo de la reunión, el titular del gremio exclamó con clara voz amenazante “Esto no da para más”, mientras que emitía destellos de luz roja con gran insistencia que revelaban su fastidio, su impotencia, su bronca. Y agregó “estamos cansados de esta terrible situación. No podemos permitir que uno más de nosotros baje la cabeza. Todos no hallamos consternados por este desanimo que nos rodea, pero debemos seguir firmes en nuestros puestos de trabajo. Sea en las esquinas céntricas, sea en las salidas de la ciudad, sea a donde sea que nos halla tocado ordenar el tránsito, no podemos defraudar a quien ha confiado en nosotros durante años. En nombre de nuestros antepasados debemos esforzarnos por dar lo mejor, más allá de que a veces cumplamos la función de árbol para pájaros y perros, nuestro papel en esta sociedad es el de mantener el orden para que no haya accidentes. Por lo tanto, aunque algunos desobedezcan a nuestras señales y terminen en fatales colisiones, los invito mantenernos erguidos y con nuestras luces siempre encendidas”.
Entonces, se escuchó un clamor que cubrió toda la repleta sala de esbeltos cuellos amarillos. Uno a uno fueron cambiando sus luces rojas y amarillas por las verdes. “¡Adelante semáforos!”, exclamaban. “¡El himno, el himno!”, vociferó uno, y entonces todos juntos empezaron a entonar las estrofas de la canción que los identifica: “Semáforo de pueblo, o de la gran ciudad la esquina te ha llamado al tránsito ordenar...”
Y así, todos recobraron la confianza perdida al encontrar una voz de ánimo. Todos estaban de acuerdo. No podían dejar que la angustia los ponga fuera de servicio. Ese fue el día en que los semáforos reconocieron su utilidad en la sociedad y se dieron cuenta de que las constantes violaciones de leyes de tránsito iban irremediablemente a repercutir no tanto en contra de su artificial vida sino en contra de quien los había creado y paradójicamente a diario los ignora.
1 comentario:
Este texto fue escrito en año 2003.
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