Me hallo caminando sin destino, a ritmo lento, como buscando algo a cada paso. Observo, me detengo y sigo. De repente me topo con algo así como un centro cultural. Interesante… Decido entrar y ver con qué me encuentro. ¡Uh! Parece que ésta no era la entrada sino ¡la salida al escenario! Pero no notan mi presencia. Están representando una obra de títeres para niños a través de una red (no sé bien con qué fin). Se ve agradable el acto pero no me atrae, busco otra cosa. Me doy la vuelta para salir (o entrar, vaya a saber) pero el camino hacia la calle se me ha alargado. Voy por un patio interno muy amplio con una especie de enredadera que en parte lo cubre. En eso veo que un lorito se me atraviesa en el trayecto. Me le acerco (o viene él a mi encuentro) y con algo de miedo le arrimo el dedo. Casi instintivamente el psitácido amiguito hace un ademán de picotearme pero en vez de atacarme termina haciéndome como una caricia con el pico y finalmente me da la patita. Mientras lo miro, le hablo, le silbo y él me contesta a su manera, recuerdo a congéneres suyos que pasaron por mi vida generándome constantemente ambigüedades: lindo pero ruidoso, fiel pero sucio, gracioso pero demandante… Así, la instructiva charla llega a su fin, lo dejo sobre un arco que sostenía unas plantas y sigo caminando pero… ¿por dónde era? Me parece que por acá… Mmmm… Esto es una casa de familia. Antigua se ve, pero no conocida. A ver por esta puerta… ¡Parece mentira no tiene picaporte! Intuitivamente siento que la salida está cerca e insisto por una habitación contigua. Otra puerta que logro abrir pero… ¡Sorpresa! Detrás hay otra que es de cartón o si no es de cartón lo parece, así que la levanto y finalmente estoy en la calle. Ahora algo me dice que debo apurarme, así que acelero el paso. Empiezo a correr. El espacio se abre. La gente grita. El estadio está repleto ¡Dale pasala! La pelota viene algo elevada, la paro de pecho y cuando está a la altura justa, la engancho de derecha y la coloco en el ángulo. ¡Gooooool! En mi alocada carrera festejando mi conquista surge una obra en construcción en plena calle. Hay distintas elevaciones. Por la inercia de mi alegría salto por los montículos de tierra cuidadosamente armados con precisión geométrica. Cuando estoy llegando a la cúspide del más alto, noto que al costado mío hay una torre de cajas que con mi movimiento descontrolado se empieza a balancear para luego deshacerse en un estruendo. ¡Plaf! Una voz femenina reclama a algún encargado de la extravagante obra. El tipo me mira y me dice “flaco, lo vas a tener que arreglar”. Agitado, hago una pausa, me tomo las rodillas y miro el suelo. Qué cagada me mandé… pero ¡qué golazo que hice!
No hay comentarios:
Publicar un comentario