
Hace una semana llegaba a su fin el periplo por este lado
del universo del más carismático de todos los seres interestelares que nos haya
visitado jamás. Se elevó y desde lo alto se es escuchaba “I´m a Blackstar, I´m
a Blackstar”, mientras aquí abajo brotaban mares de lágrimas de congoja
primero, de agradecimiento después. Su misión aquí finalizaba. Nuestro último gran
héroe se fundía en el firmamento para continuar su odisea espacial y flotar eternamente en
el vacío de la forma más peculiar. Fueron más de cuarenta años de estar
recibiendo sus sagrados dones de sonido y visión. Ahora sólo nos quedaba resignarnos
a su partida de regreso hacia el cosmos, abandonados a merced de los militantes
de la repetición al infinito de fórmulas de éxito pero dudosa calidad. Afortunadamente,
su extenso mensaje mesiánico ha quedado registrado para siempre y ante el
panorama desolador en el que nos ha dejado, nos quedan su voz e imagen como
refugio. Su evangelio se reproducirá a perpetuidad invitándonos a celebrar su
memorial y a evocar el prodigio de cada una de sus camaleónicas encarnaciones,
íconos de toda piedad. Sus devotos somos legión y sus discípulos más cercanos
han logrado asimilar sus sacras enseñanzas respaldadas en el principio soberano
de la renovación constante y la transgresión como estandarte. Por eso, aunque
el horizonte no parezca esperanzador, continuaremos invocando a su
espíritu para seguir siendo alimentados con su gloriosa energía alienígena y para ser iluminados desde las estrellas con los venerables preceptos de la creatividad y el buen
gusto encarnados en sus celestiales sones que escucharemos con fervor por los siglos de los siglos.