lunes, 2 de enero de 2012

Acerca de algún jardín, alguna tarde


Y cada tarde al pasar por aquel jardín florido, él respiraría algo del aire que compartía con su amada. Porque ése había sido lugar frecuente en sus paseos. Porque ése era el perfume que al pasar por allí la impregnaba y se hacía uno con ella. Era absorbido por su piel. Era la fuente que le insuflaba vigor. Era el filtro divino que la transfiguraba y que a la vez la poseía cual fuerza maléfica. La hacía inocencia, la hacía fiereza, la hacía canto, la hacía engaño, la hacía dulzura, la hacía pena…
Y así la recordaría él, apesadumbrado, al transitar por allí queriendo desviar su rumbo. Deseando  encontrar senderos alternos a su meta sin importar que éstos lo lleven a tener que atravesar pantanos, murallas, desiertos para terminar convirtiéndose en alma errante, peregrino de la nostalgia. Se habría condenado gustoso a la diáspora para evitar seguir asistiendo de continuo al espectáculo nefasto de la constante reminiscencia.
Mas por seguir un impulso interno no habría de cambiar de rumbo. Y con cada tarde sumándose a otra tarde y a otra y a otra… pronto no recordaría otra cosa que a sí mismo caminando y recordando… ¿recordando qué? Ya no importaría… se recordaría en recuerdo pero ya no estaría apesadumbrado. Pasaría pleno por aquél jardín, que ahora era su jardín ya que lo había acompañado como testigo, confidente y cómplice de un nuevo encuentro consigo mismo.
Y así finalmente, cada vez que volviera a ser abrazado por la fragancia de ese jardín en otros jardines, evocaría su recuerdo más reciente colmado de amor propio: él recordándose, regenerándose, reinventándose, reconstruyéndose junto a cada caricia de alguna brisa perdida.

1 comentario:

JM dijo...

¡Sublime estimado literato!

"Se habría condenado gustoso a la diáspora para evitar seguir asistiendo de continuo al espectáculo nefasto de la constante reminiscencia"

Poderosas pinceladas de nostalgia para los que hemos pasado por aquellos jardines que nos sonrieron alguna vez...