domingo, 26 de junio de 2011

Soñarte

Yo no buscaba nada. Contemplarte me bastaba. Ésa era mi obsesión. Pero empecé a soñarte y ahora soñarte es mi obsesión. Cada sueño es un encuentro en mi mundo lleno de más sueños en el que ambos estamos tomados de la mano en perpetua vigilia. No hay más movimiento que miradas, suspiros, sonrisas, sangre que corre, corazones que se aceleran... No hay más que dos entidades que se desean y su deseo se satisface en más miradas. Son como niños y sueñan dentro de sueños y se pierden en infinidad de sensaciones. Se pierden y se encuentran porque se sueñan y vuelven a tomarse con fuerza y el mundo alrededor colapsa. Se siguen mirando y cómplices se lanzan a volar en torbellinos de cosquillas y estallan en carcajadas. Se lanzan luego al vacío y su humanidad se estremece. Se inundan sus cuerpos de vigor y se sienten inmensos y surcan cielos de estrellas a velocidades siderales y viajan por laberintos de asteroides. De repente son atraídos por fuerzas gravitatorias que los arrojan a un planeta extraño. Se sumergen después en mares de escalofríos y gritan y cantan y una catarata de risas los arrastra con violencia, los empuja a la deriva, los sacude, los marea… y luego se detiene y los expulsa a la costa donde sus miradas se hacen más profundas y se sienten eternos. Todo termina en un inocente beso que propicia nuevos viajes, delirios, risas. Se auguran más aventuras y se tiran de cara al cielo extasiados de la maravilla de afrontar lo desconocido en un mundo de misterios donde sus sueños los guían.

sábado, 18 de junio de 2011

Dieciséis


Un día como hoy, hace ya dieciséis años, salías a la cancha a jugar el partido de tu vida. El desafío se presentaba muy atractivo. Tu confianza, tu amor propio, tu orgullo parecían ser armas letales, capaces de amedrentar a cualquier rival. Pero esta vez el equipo contrario jugaba con ventaja antideportiva. Y vos no parecías notarlo. O quizá te creíste más fuerte. Tan fuerte como eras, claro. Pero no lo suficiente como para retar a un contrincante desleal en un partido que se jugaba a muerte. Tu fiereza fue admirable.  Aun cuando la cancha se inclinaba en tu contra, resististe cada ataque. Tu espíritu valeroso no dejó que te entregués fácilmente. Cada pelota que llegaba a tu área era rechazada violentamente. De cabeza, un puntinazo, como venga. Lo importante era no ceder ante los embates del enemigo. La defensa que ejercías era sólida, parecía infranqueable. Pero te entraste a cansar y vacilaste. Y ante un descuido tuyo, llegó el temido gol en contra. Se jugaba con gol de oro. El partido terminaba. Era el final.
Dieciséis años tenía yo por aquél entonces. Y ni la vida ni Dios ni nadie me habían preparado para soportar aquella derrota. ¿Por qué te tocaba perder a vos, habiendo tanto jugador mediocre? ¿Por qué a vos, habiendo tantos que rendidos ya pedían el reemplazo? Me tocó ver el desenlace a la distancia con la impotencia de ni siquiera poder asimilar lo que pasaba. Allí me encontraba yo, perplejo ante una pantalla insolente que me escupía en la cara la injusta victoria ajena.
El mundo se detenía y la realidad se nos caía en la cabeza. Ya no hubo más noches de viernes con vino y fútbol por la tele. Ya no hubo más consejos tartamudos pero sabios. Ya no hubo más salidas de pesca sin pescados. Ya no hubo más humo en el fondo los domingos. Ya no hubo más chistes tontos de inspiración etílica. Ya no hubo más ataques de improvisación culinaria. Ya no hubo más de esos abrazos de gigante…
Hoy, dieciséis años después, parece mentira que ya haya vivido más tiempo en tu ausencia que en tu presencia. Por suerte te alcanzó el tiempo para confeccionarme un mapa de valores con el que pueda moverme en terrenos hostiles o desconocidos. Una estrategia de juego para saber qué movimientos realizar en cada circunstancia. Un plan de ataque que no admite el abandono. Un decálogo de reglas innegociables. Una hoja de ruta cuyo destino es el éxito. Ése es tu legado y lo recibo con orgullo para salir ahora yo a jugar la revancha en tu nombre.
Ojalá pueda moverme en el campo de juego con tu coraje, con tu habilidad, con tu rapidez, con tu potencia. Ojalá pueda copiarte algunos trucos para engañar al rival. Ojalá pueda oponer resistencia ante su ofensiva. Ojalá, dentro de dieciséis años, cuando (vaya paradoja) haya alcanzado la edad en la que te fuiste, pueda evocarte triunfante alzando la copa que a vos te negaron.