lunes, 9 de julio de 2012

Música de alto vuelo

Violines, contrabajos, piano, cornetas y vaya a saber qué cornos majestuosamente reunidos para la ocasión. En jornada de vigilia patria, el Teatro 3 de Febrero se ha vestido de gala para recibir a la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos que está tocando solemnemente una música de la puta madre. Cada nota, cada acorde impacta directamente en mis entrañas. Soy todo oídos. Delirio y delicia. Ensoñación. Los subeybajas melódicos de cada instrumento me invitan a realizar movimientos espasmódicos y finalmente me empujan a arrojarme con sutileza desde la tertulia. ¡Qué placer! Así, en el aire intento acompañar la virtuosidad de eximios músicos con intrépidas piruetas: planeo de balcón a balcón, me deslizo de adelante hacia atrás, realizo un vuelo rasante sobre las butacas que soportan mórbidos cuerpos que despiden nauseabundos perfumes first-class, hasta que por fin llego al escenario y en el aire me detengo. El vértigo me abraza. Comienza un crescendo. Entonces, al compás de sones prolijos pero conmovedores que llenan de magnificencia mis acrobacias, me elevo en tirabuzón hasta donde el techo me lo permite. Otra vez el suspenso. Luego la velocidad. Mientras el tempo se acelera, me lanzo como un bólido. En mi descenso alocado me doy cuenta de que la música se interrumpe. Primero las cuerdas, después los vientos, hasta imponerse el silencio como protagonista. El director envuelto en furia le ordena a cada músico que continúe con la obra pero nadie obedece. Todos impávidos. Salvo el percusionista que hace estrellar los platillos al instante que la gracia de mi vuelo culmina estrepitosamente con mi cara sobre las tablas.